Old/New Testament
El aceite de la viuda
4 La viuda de uno de los profetas presentó a Eliseo la siguiente súplica:
«Mi esposo, siervo tuyo, ha muerto. Tú bien sabes que él era temeroso del Señor. Pero nuestro acreedor ha venido ahora y quiere llevarse a mis dos hijos para venderlos como esclavos.»
2 Eliseo le dijo:
«¿Y en qué te puedo ayudar? Dime qué es lo que tienes en casa.»
La viuda dijo:
«Esta sierva tuya no tiene en casa más que una vasija de aceite.»
3 Entonces Eliseo le dijo:
«Ve y pide a tus vecinos que te presten algunas vasijas vacías. ¡Todas las que puedas conseguir! 4 Luego, entra en tu casa y enciérrate con tus hijos. Echa aceite en todas las vasijas, y ve apartándolas conforme las vayas llenando.»
5 La viuda se fue a su casa, cerró la puerta tras de sí y se encerró con sus hijos; y conforme ellos iban trayendo las vasijas, ella las iba llenando de aceite. 6 Cuando todas las vasijas estuvieron llenas, ella le pidió a uno de sus hijos que le pasara una vasija más. Pero en cuanto su hijo le contestó que ya no había más vasijas, el aceite se terminó. 7 Entonces ella fue a contárselo al varón de Dios, y éste dijo:
«Ahora ve y vende el aceite, y págale a tu acreedor, y tú y tus hijos vivan de lo que les quede.»
Eliseo y la sunamita
8 En cierta ocasión, una mujer importante de Sunén invitó a Eliseo a comer en su casa. Y cada vez que Eliseo pasaba por allí, la mujer le insistía que se quedara a comer. 9 A su marido le dijo:
«¿Sabes de qué me he dado cuenta? ¡Pues de que este hombre que siempre pasa por nuestra casa es un santo varón de Dios! 10 Debiéramos hacerle un pequeño aposento en la azotea, y poner allí una cama y una mesa, y una silla y un candelero, para que cuando pase por aquí pueda quedarse con nosotros.»
11 Un día en que Eliseo pasó por allí, se quedó a dormir en ese aposento, 12 pero le dijo a Guejazí, su criado:
«Llama a la sunamita.»
Guejazí la llamó, y cuando ella se presentó ante Eliseo, 13 éste, dirigiéndose a Guejazí, dijo:
«Esta mujer ha sido muy amable con nosotros. Pregúntale qué quiere que haga yo en su favor. ¿Necesita que hable por ella al rey, o al general del ejército?»
Y la mujer respondió:
«En medio de mi pueblo, yo vivo como una reina.»
14 Pero Eliseo insistió:
«Entonces, ¿qué podemos hacer por ella?»
Y Guejazí respondió:
«Su marido ya es anciano, y ella no tiene hijos todavía.»
15 Eliseo le ordenó entonces a su criado que la llamara. Guejazí la llamó y, cuando ella se detuvo en la puerta, 16 Eliseo le dijo:
«Dentro de un año, por estos días, tendrás un hijo en tus brazos.»
Pero ella protestó:
«¡No, mi señor, varón de Dios! ¡No te burles de esta sierva tuya!»
17 Sin embargo, la mujer concibió y un año después, por el tiempo que Eliseo le había dicho, dio a luz un hijo. 18 Y el niño creció. Pero un día que fue a ver a su padre, que andaba con los segadores, 19 de pronto gritó:
«¡Padre, mi cabeza! ¡Me duele la cabeza!»
Enseguida el padre ordenó a uno de sus criados que lo llevara con su madre. 20 El criado así lo hizo. Pero al mediodía, mientras el niño estaba sentado en el regazo de su madre, murió. 21 Entonces ella subió al aposento del varón de Dios, lo puso sobre la cama, y cerrando la puerta salió de allí. 22 Luego fue a llamar a su marido, y le dijo:
«Te ruego que me prestes a uno de los criados y una de tus asnas. Quiero ir corriendo a ver al varón de Dios, para que regrese.»
23 Pero su marido objetó:
«¿Y para qué vas a verlo hoy? Si no es nueva luna, ni día de reposo.»
Pero ella simplemente se despidió. 24 Mandó aparejar el asna, y le dijo al criado:
«¡En marcha! ¡Tú nos diriges! ¡Pero no me detengas en el camino, a menos que yo te lo ordene.»
25 Y así, la mujer partió y se fue al monte Carmelo, donde estaba el varón de Dios. Y cuando éste la vio a la distancia, le dijo a su criado Guejazí:
«Aquí viene la sunamita. 26 Hazme el favor de ir corriendo a recibirla, y pregúntale cómo está ella, y su marido y su hijo.»
Ella respondió que estaba bien, 27 pero en cuanto llegó al monte, donde estaba el varón de Dios, se arrojó a sus pies. Guejazí se acercó y trató de levantarla, pero el varón de Dios le dijo:
«Déjala, que se encuentra muy amargada. Pero el Señor no me ha dicho qué es lo que pasa, sino que me ha encubierto el motivo.»
28 Entonces ella dijo:
«¿Acaso yo le pedí un hijo a mi señor? ¿No dije, más bien, que no te burlaras de mí?»
29 Entonces Eliseo le dijo a Guejazí:
«Cíñete la ropa, toma mi bastón, y ponte en marcha. Si te encuentras con alguien, no lo saludes, y si alguien te saluda, no le respondas. Al llegar, pon mi bastón sobre el rostro del niño.»
30 Pero la madre del niño le dijo:
«Juro por el Señor, y por tu vida, que no voy a dejarte aquí.»
31 Entonces Eliseo se levantó y la siguió. Guejazí, que se había adelantado, llegó y puso el bastón sobre el rostro del niño; pero el niño no había dado señales de vida, así que Guejazí se había vuelto para encontrarse con Eliseo, y cuando lo encontró le dijo: «El niño no despierta.»
32 Cuando Eliseo llegó a la casa, el niño yacía tendido sobre la cama, sin vida. 33 Entonces Eliseo entró y cerró la puerta tras de sí, y oró al Señor. 34 Luego, subió a la cama y se tendió sobre el niño, juntando boca con boca, ojos con ojos, y manos con manos. Así, se mantuvo tendido sobre el niño, hasta que el cuerpo del niño comenzó a entrar en calor. 35 Luego Eliseo se levantó y comenzó a pasearse de un lado a otro de la casa, y después volvió a subirse a la cama, y se tendió otra vez sobre el niño; en ese momento el niño estornudó siete veces, y abrió sus ojos. 36 Entonces Eliseo llamó a Guejazí, y le ordenó que llamara a la sunamita. Guejazí la llamó y, cuando ella entró, Eliseo le dijo: «Toma tu hijo.»
37 La mujer entró y, sin levantar el rostro, se arrojó a los pies de Eliseo. Después de eso, tomó a su hijo y se fue.
Milagros en beneficio de los profetas
38 Cuando Eliseo volvió a Gilgal, se encontró con que había una grave hambruna en la región. Como los hijos de los profetas estaban con él, le ordenó a su criado:
«Pon una olla grande, y haz un guisado para los profetas.»
39 Uno de ellos salió al campo a recoger hierbas, y halló una planta parecida a una parra silvestre; llenó su manto con los frutos de esa planta y regresó, y al llegar cortó los frutos y los echó en la olla del guisado, sin saber qué clase de frutos eran. 40 Después se sirvió el guisado para que comieran los profetas, pero en cuanto ellos lo probaron, dijeron:
«¡Varón de Dios, lo que hay en la olla nos va a matar!»
Y no lo pudieron comer. 41 Entonces Eliseo pidió que trajeran harina, y luego de esparcirla en la olla, dijo:
«Ya pueden dar de comer a la gente.»
Y no hubo nada en la olla que hiciera daño.
42 Llegó entonces un hombre de Baal Salisá, que trajo al varón de Dios panes de primicias, veinte panes de cebada, y trigo nuevo todavía en su espiga. Eliseo ordenó a su criado que diera de comer a la gente, 43 pero su criado respondió:
«¿Cómo voy a ofrecer sólo esto a cien hombres?»
Pero Eliseo volvió a decir:
«Dale a la gente de comer, que el Señor ha dicho: “Comerán, y hasta sobrará.”»
44 Entonces Guejazí puso lo que tenía delante de ellos y, conforme a la palabra del Señor, ellos comieron y hasta les sobró.
Eliseo y Namán
5 Cierto general del ejército del rey de Siria, llamado Namán,(A) era un hombre muy importante. Su señor lo tenía en alta estima porque, por medio de él, que era un guerrero muy valiente, el Señor había dado la victoria a Siria. Pero Namán era leproso. 2 Un día, una joven israelita que las bandas de sirios habían hecho cautiva y la habían puesto al servicio de la esposa de Namán, 3 le dijo a su señora:
«Si mi señor acudiera al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.»
4 Cuando Namán fue a ver al rey de Siria, le contó lo que la joven israelita le había dicho a su esposa, 5 y el rey le dijo:
«Pues ve a ver a ese profeta. Yo le enviaré cartas al rey de Israel.»
Namán se puso en marcha, llevando consigo treinta mil monedas de plata, y seis mil monedas de oro, y diez mudas de vestidos. 6 También llevó consigo cartas para el rey de Israel, las cuales decían:
«Cuando estas cartas lleguen a tus manos, por ellas sabrás que yo estoy enviándote a mi siervo Namán, para que lo sanes de su lepra.»
7 En cuanto el rey de Israel leyó las cartas, se rasgó las vestiduras y dijo:
«¿Acaso soy Dios, capaz de dar la vida y de quitarla, para que éste me envíe un hombre para que lo sane de su lepra? Como pueden ver, sólo está buscando un pretexto para atacarme.»
8 Como Eliseo, el varón de Dios, se enteró de que el rey de Israel se había rasgado las vestiduras, mandó a decirle:
«¿Por qué te has rasgado las vestiduras? ¡Deja que venga a verme! ¡Así sabrá que en Israel hay profeta!»
9 Y Namán fue a ver a Eliseo, y al llegar a la puerta de su casa se detuvo, con sus caballos y con su carro de guerra. 10 Entonces Eliseo mandó un mensajero a que le dijera:
«Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne volverá a ser como antes era, y quedarás limpio de tu lepra.»
11 Pero Namán se enojó y se fue, mientras decía:
«¿Cómo? Yo pensaba que ese profeta saldría a verme, y que de pie invocaría el nombre del Señor, su Dios, y luego alzaría la mano y tocaría la parte enferma, y me sanaría de la lepra. 12 ¿Acaso los ríos Abana y Farfar, de Damasco, no son mejores que todas las aguas de Israel? ¿Y acaso no quedaré también limpio si me lavo en ellos?»
Y muy enojado se fue de allí. 13 Pero sus criados se le acercaron y le dijeron:
«¡Ay, señor! Si el profeta te hubiera mandado hacer algo más impresionante, ¿acaso no lo habrías hecho? ¡Pues con más razón si te ha dicho: “Lávate, y quedarás limpio!”»
14 Namán fue al Jordán y se zambulló siete veces, conforme a la palabra del varón de Dios, y al instante quedó limpio: Su piel se volvió tan suave como la de un niño. 15 Entonces él y toda su compañía volvieron a donde estaba el varón de Dios, y una vez delante de él dijo:
«Ahora reconozco que no hay más Dios en toda la tierra, que en Israel. Por favor, acepta algún presente de este siervo tuyo.»
16 Pero Eliseo dijo:
«Juro por el Señor, en cuya presencia estoy, que no lo voy a aceptar.»
Namán insistía en que Eliseo aceptara alguna cosa, pero él no accedió. 17 Entonces Namán dijo:
«Entonces voy a pedirte concedas a este siervo tuyo llevarme de esta tierra la carga de un par de mulas. Porque de aquí en adelante este siervo tuyo no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses, sino sólo al Señor. 18 Y anticipadamente pido al Señor perdonar a este siervo suyo si, cuando mi señor el rey entre en el templo de Rimón para adorar allí, y se apoye en mi brazo, yo también llego a inclinarme en ese templo. Si llego a hacerlo, ¡que el Señor me perdone!»
19 Eliseo le dijo que podía irse tranquilo. Y Namán se fue. Pero apenas habría recorrido una distancia de media legua 20 cuando Guejazí, el criado de Eliseo, varón de Dios, pensó: «¡Vaya! Mi señor no permitió que este sirio, Namán, le regalara lo que trajo. ¡Pues juro por el Señor, que ahora mismo voy a ir tras él para pedirle que me dé algo!»
21 Y Guejazí corrió para alcanzar a Namán. Y cuando Namán vio que Guejazí venía corriendo tras él, se bajó del carro para recibirlo, y le preguntó si todo estaba bien. 22 Guejazí dijo que sí, y añadió:
«Mi señor me envía a decirte que del monte de Efraín acaban de llegar dos profetas jóvenes, y te ruega darle para ellos tres mil monedas de plata y dos vestidos nuevos.»
23 Namán contestó:
«No sólo tres mil. Te ruego que le lleves seis mil.»
Y Namán insistió en que Guejazí aceptara dos bolsas, cada una con tres mil monedas de plata, y dos vestidos nuevos; luego ordenó a dos de sus criados echarse todo esto a cuestas y llevarlo delante de Guejazí. 24 Pero al llegar a cierto lugar, Guejazí les pidió que le entregaran lo que llevaban, y lo guardó todo en su casa; luego ordenó a los hombres que se fueran. 25 Después de eso, se presentó ante su señor. Y Eliseo le dijo:
«¿De dónde vienes, Guejazí?»
Y él contestó:
«Yo no he ido a ninguna parte.»
26 Entonces Eliseo le dijo:
«¿Crees que yo no estaba allí, en espíritu, cuando aquel hombre bajó de su carro a recibirte? Pero éste no es el momento de recibir plata y vestidos, ni olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas. 27 Por lo tanto, la lepra de Namán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre.»
Y cuando Guejazí salió de la presencia de Eliseo, estaba blanco como la nieve.
Eliseo hace flotar el hacha
6 Un día, algunos de los profetas le dijeron a Eliseo:
«Mira, el lugar en que vivimos contigo ya nos resulta muy estrecho. 2 Vayamos al río Jordán y tomemos cada uno de nosotros una viga de allí, y levantemos allí mismo un lugar donde podamos vivir.»
Eliseo les dijo que fueran, 3 pero uno de ellos le pidió que los acompañara. Y Eliseo aceptó. 4 Y así, se fue al Jordán con ellos, y cuando llegaron allá cortaron la madera. 5 Pero sucedió que, mientras uno de ellos derribaba un árbol, el hacha se le cayó al agua; entonces comenzó a gritar:
«¡Ay, señor, el hacha era prestada!»
6 El varón de Dios le preguntó:
«¿Y dónde cayó?»
Cuando aquél le mostró el lugar, Eliseo cortó un palo y lo echó al agua, con lo que hizo que el hacha flotara; 7 entonces le ordenó que recogiera el hacha, y aquél extendió la mano y la sacó del agua.
Eliseo y los sirios
8 El rey de Siria estaba en guerra contra Israel, así que luego de consultar a sus oficiales dijo:
«Voy a instalar mi campamento en cierto lugar.»
9 Entonces el varón de Dios mandó a decir al rey de Israel:
«Ten cuidado de no pasar por tal lugar, porque los sirios van a acampar allí.»
10 Entonces el rey de Israel envió gente al lugar señalado por el varón de Dios, y éste una y otra vez advirtió al rey que debía tener cuidado. 11 El rey de Siria se molestó mucho por esto, así que llamó a sus oficiales y les dijo:
«¿No me van a decir quién de ustedes está a favor del rey de Israel?»
12 Uno de sus oficiales dijo:
«Ninguno de nosotros lo está. Lo que pasa, mi señor y rey, es que el profeta Eliseo está en Israel, y es él quien va y le cuenta al rey de Israel todo lo que Su Majestad dice, incluso en la intimidad de su alcoba.»
13 Entonces el rey ordenó:
«Pues vayan y averigüen dónde está Eliseo, para que yo mande a que lo aprehendan.»
En cuanto le dijeron que Eliseo estaba en Dotán, 14 el rey mandó allá soldados de caballería, y carros de combate, y un gran ejército, los cuales llegaron de noche y sitiaron la ciudad.
15 Al día siguiente, por la mañana, el ayudante del varón de Dios salió y se encontró con que el ejército había sitiado la ciudad con su caballería y sus carros de combate. Entonces fue a decirle a Eliseo:
«¡Ay, señor mío! ¿Y ahora qué vamos a hacer?»
16 Y Eliseo le dijo:
«No tengas miedo, que son más los que están con nosotros que los que están con ellos.»
17 Acto seguido, Eliseo oró con estas palabras:
«Señor, te ruego que abras los ojos de mi siervo, para que vea.»
El Señor abrió los ojos del criado, y éste miró a su alrededor y vio que en torno a Eliseo el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego. 18 Y cuando los sirios se dispusieron a atacarlo, Eliseo oró así al Señor:
«Te ruego que hieras con ceguera a estos paganos.»
Y el Señor los dejó ciegos, tal y como Eliseo se lo pidió. 19 Luego, Eliseo les dijo:
«Éste no es el camino correcto, ni esta ciudad es la que buscan. Síganme, y yo los llevaré hasta el hombre que buscan.»
Y los llevó a Samaria. 20 Y cuando llegaron allá, Eliseo dijo:
«Señor, ábreles los ojos, para que puedan ver.»
El Señor les abrió los ojos, y entonces vieron que se hallaban en medio de Samaria. 21 Al verlos, el rey de Israel le preguntó a Eliseo:
«¿Debo matarlos, padre mío?»
22 Y Eliseo le dijo:
«No, no los mates. ¿Acaso matarías a quienes con tu espada y con tu arco hicieras prisioneros? Más bien, dales pan y agua, y que coman y beban, y se vayan de regreso con sus amos.»
23 Entonces el rey les ofreció un gran banquete, y en cuanto terminaron de comer y de beber, los mandó de regreso a su señor. Y nunca más volvieron a merodear en Israel bandas armadas de Siria.
Eliseo y el sitio de Samaria
24 Después de esto, sucedió que el rey Ben Adad de Siria reunió a todo su ejército para ponerle sitio a Samaria. 25 A consecuencia de aquel sitio, hubo entonces mucha hambre en Samaria, al grado de que la cabeza de un asno se vendía en ochenta piezas de plata, y un puñado de «estiércol de paloma»[a] costaba cinco piezas de plata. 26 Una mujer, al ver que el rey de Israel pasaba cerca de la muralla, gritó:
«Rey y señor mío, ¡sálvanos!»
27 Pero el rey le contestó:
«Si el Señor no te salva, ¿cómo voy a poder salvarte yo? ¿Acaso hay trigo en los graneros, o vino en los lagares?»
28 Sin embargo, el rey añadió:
«¿Qué te pasa?»
Y ella respondió:
«Esta mujer me dijo: “¡Venga acá tu hijo! ¡Vamos a comérnoslo hoy, y mañana nos comeremos el mío!” 29 Entonces cocinamos a mi hijo, y nos lo comimos.(B) Al día siguiente yo le dije: “¡Ahora venga acá tu hijo! ¡Vamos a comérnoslo!” ¡Pero ella lo ha escondido!»
30 Cuando el rey oyó las palabras de aquella mujer, se rasgó las vestiduras y así pasó por la muralla; entonces el pueblo pudo ver que por dentro traía puesto un cilicio. 31 Y el rey exclamó:
«¡Que Dios me castigue, y más aun, si no le corto hoy mismo la cabeza a Eliseo hijo de Safat!»
32 Eliseo estaba sentado en su casa, en compañía de los ancianos, cuando el rey envió a él un emisario. Pero antes de que el emisario llegara, Eliseo les dijo a los ancianos:
«¿Ya vieron cómo este asesino ha mandado a un hombre a cortarme la cabeza? Fíjense bien, y cuando llegue su emisario, cierren la puerta y no lo dejen entrar. ¡Tras ese hombre se oyen los pasos de su amo!»
33 Aún estaba Eliseo hablando con los ancianos cuando llegó el emisario del rey y dijo:
«Esta calamidad es de parte del Señor. ¿Qué más puedo esperar de él?»
Jesús se aparece a los discípulos(A)
36 Todavía estaban ellos hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz sea con ustedes!» 37 Ellos se espantaron y se atemorizaron, pues creían estar viendo un espíritu; 38 pero Jesús les dijo: «¿Por qué se asustan? ¿Por qué dan cabida a esos pensamientos en su corazón? 39 ¡Miren mis manos y mis pies! ¡Soy yo! Tóquenme y véanme: un espíritu no tiene carne ni huesos, como pueden ver que los tengo yo.» 40 Y al decir esto, les mostró las manos y los pies. 41 Y como ellos, por el gozo y la sorpresa que tenían, no le creían, Jesús les dijo: «¿Tienen aquí algo de comer?» 42 Entonces ellos le dieron parte de un pescado asado, 43 y él lo tomó y se lo comió delante de ellos.
44 Luego les dijo: «Lo que ha pasado conmigo es lo mismo que les anuncié cuando aún estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.» 45 Entonces les abrió el entendimiento para que pudieran comprender las Escrituras, 46 y les dijo: «Así está escrito, y así era necesario, que el Cristo padeciera(B) y resucitara de los muertos al tercer día,(C) 47 y que en su nombre se predicara el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando por Jerusalén. 48 De esto, ustedes son testigos. 49 Yo voy a enviar sobre ustedes la promesa de mi Padre;(D) pero ustedes, quédense en la ciudad de Jerusalén hasta que desde lo alto sean investidos de poder.»
La ascensión(E)
50 Luego los llevó de allí a Betania, y levantando sus manos los bendijo. 51 Pero sucedió que, mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado a las alturas del cielo.(F) 52 Ellos lo adoraron, y después volvieron muy felices a Jerusalén; 53 y siempre estaban en el templo, alabando y bendiciendo a Dios. Amén.
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